El viaje a Malvinas, un sueño que una docente gestó durante 42 años
Sábado 27 de Julio de 2024
Nº de Edición 939

MALVINAS, TRIBUTO A LOS SOLDADOS CAÍDOS

El viaje a Malvinas, un sueño que una docente gestó durante 42 años

2/04/2024 | La guerra la encontró dando clases de Historia a alumnos con familiares en el frente. Un homenaje junto a su hija y su nieto.

Por: Redacción

En 1982, cuando se desató la Guerra de Malvinas, Mirtha Susana Romo era profesora de Historia. Como toda la sociedad, se sintió conmocionada, pero tuvo que apelar a su aplomo para contener a los alumnos que tenían algún padre o hermano dando batalla en las islas. A partir de ese momento se prometió que algún día pisaría ese territorio para homenajear a los combatientes que no pudieron regresar.

Pasaron 42 años, pero el 8 de marzo último concretó su sueño, junto a su hija Jimena y su nieto -15- Thiago Marino. “Fuimos hasta Río Gallegos y a la mañana siguiente, en un vuelo proveniente de Punta Arenas, nos embarcamos a Malvinas. También viajaban ex combatientes”, contó la docente.

Mirtha y su familia se hospedaron en casa de Gonzalo, un chileno radicado en las islas. “En la casita contábamos con habitación con baño privado y desayuno, nos tuvimos que quedar una semana para esperar que regresara el avión”, señaló.

Acerca del proyecto de viajar a las Islas Malvinas, Mirtha indicó que siempre tuvo el deseo de rendir homenaje a los caídos en la Guerra de 1982. “Tengo 78 años y en su momento viví todo intensamente porque era profesora de Historia y mis alumnos estaban conmocionados”, agregó.

Tanto la obsesionó la guerra que coleccionó ejemplares de diarios  y revistas que narraban el día a día del conflicto bélico.

Cuando todo terminó, se acercó cada 2 de abril hasta el portón histórico de 19 y 50 de donde partian los soldados hacia la guerra en la ciudad de La Plata, para dejar una flor en homenaje a los caídos.

“Viajé mucho al exterior, conozco toda Europa y vi muchos monumentos en honor a soldados caídos de otros lugares. Incluso, al Cementerio de Recoleta fui en muchas oportunidades con mis alumnos para mostrarle dónde descansan personajes de la historia”, agregó la profesora que tenía como pendiente hacer en Malvinas su tributo a los caídos.

El hombre que los hospedó es guía de turismo y las llevó al Cementerio de Darwin y a las trincheras que aún conservan retazos de mantas, zapatillas “Flecha”, imágenes de la Virgen, cubiertos y restos de otros enseres, piezas de una especie de museo a cielo abierto que nadie se anima a vulnerar.

“Colocamos rosarios en las cruces de las tumbas, algo que conmovió mucho a mi nieto”, apuntó.

El viaje incluyó recorridos por la Catedral y otras iglesias, visita al museo que da testimonio de la Guerra según la perspectiva británica y paseos por playas colonizadas por pingüinos.

También se toparon con lo que queda del buque “Atlantic Conveyor” y les resultó impactante ver restos de proyectiles y los nombres de los caídos ingleses. “Fuimos a un bosque formado por árboles que se plantaron por cada militar muerto en combate, también colocaron sus nombres y ofrendas hechas por los niños”, afirmó la docente.

La particular experiencia le permitió observar hábitos que son muy diferentes a los propios: los isleños cenan a eso de las 6 de la tarde, una hora antes casi no queda ningún negocio abierto y son extremadamente silenciosos.

“La isla es muy típica, con casas blancas y techos de colores, la vegetación es muy atractiva y si la bahía tuviera agua más templada sería un paraíso terrenal”, describió pero reparó en que el viento y el cambio repentino de clima son dos factores que llegan a molestar bastante.

Hay supermercados inmensos que venden todos los alimentos congelados, incluidas las frutas y verduras que llegan desde Gran Bretaña casi sin sabor a nada.

“Ningún isleño habla español, pero son muy amables, es una sociedad muy tranquila y es curioso que por ejemplo a las 12 del mediodía no se escuche ningún ruido o música”, recordó.

Tanto las cafeterías como las casas de comida rápida cierran a las 17 y las tabernas y restaurantes a las 20. “Son muy estrictos con los horarios”, se explicó.

La mujer describió la experiencia como algo inenarrable: “Mi hija tenía 4 años cuando estalló la guerra y ahora pudo visitar la isla con su hijo; para nosotros fue desgarrador pensar en que esos chicos tenían entre 18 y 20 años y no alcanzaron a vivir nada de todo lo que vivimos nosotros”