La letra es del recientemente fallecido Aldo Monges, un enorme cantautor del folklore melódico que tuvo su apogeo en los años 70 del siglo pasado y en los cuales tampoco escapó a las garras dictactoriales.
“Canción para una mentira” fue éxito en 1971 interpretada por “Los del Suquía”, acompasado grupo que ganó escenarios en esos años donde se privilegiaba “lo nacional y popular”.
Su letra emerge hoy entre los casi 3 mil millones de dólares de ganancia que en apenas 72 horas obtuvieron “los exportadores” en ese mecanismo desigual impuesto por el gobierno para liquidar exportaciones de cereales a “retención cero”.
Tres días, solo dos noches, bastaron para un dividendo sideral producto de una transferencia hecha desde los productores primarios de todo el país a un sector concentrado en treinta vivos, mucho de los cuales la única tierra que conocen es la de las macetas de sus esposas en las mansiones de Nordelta.
No están tan lejos los estertores de los motores de los tractores Deutz 80 o los Fiat Someca que cortaban rutas mientras sus viejas ruedas pisaban la leche derramada “antes que regalársela a Cristina” en esas acaloradas jornadas de la discusión por la Resolución 125, aquella de la noche famosa del “voto no positivo”.
El desdén con el que la dirigencia ruralista mira hoy a sus asociados, especialmente en la zona núcleo y en la periferia cerealera, es similar al de los ojos poco escrutadores de los prefecturianos del Paraná frente las bodegas repletas de cocaína que salieron de los Puertos de Vicentín entre San Lorenzo y Rosario.
Volviendo a la letra, “en mi amargura sin fin” agrego que “no sé si mi canto llegará” pero debería recordarse hoy la entrega de “la Independencia Económica” hecha durante un gobierno peronista.
El remate, ni siquiera privatización, sino cierre y entrega de la Junta Nacional de Granos a estos mismos “exportadores” durante la primavera menemista.
Lo más preciado de un país productor de materias primas son los resortes que organizan, controlan y diversifican su producción.
En los Estados Unidos, norte preciado de las elites vernáculas, nada de eso está librado. Un productor de porotos de Illinois tiene sus límites frente a los granjeros de Wisconsin.
Nada de intervencionismo, sino sentido común.
Aquí no.
Azuzados por los medios, chacareros, estancieros, comerciantes y la Doña Rosa de la TV, repetían la falsedad de que la Junta Nacional de Granos “robaba” e impedía “vender libremente”.
Nada de eso.
Una simple Carta de Porte servía como DNI del cereal y los Elevadores y Terminales Portuarias eran aduanas de control que le aseguraba al productor de trigo de Teodolina en las ricas tierras del sur santafesino, el mismo precio que al de Púan o Patagones en el sudoeste bonaerense.
Si alguna vez en tu senda
El vino del dolor, te hace llorar
Ruega a Dios que no sea porque te hayan mentido
Han transcurrido 33 años desde el cierre compulsivo de la otrora orgullosa Junta Nacional de Granos.
Una de las tantas mentiras con las que se destruyó la base de relaciones entre la producción, el trabajo y el comercio del país.
En los cajones del Congreso de la Nación al menos cuatro proyectos para recrear su existencia y sus objetivos duermen el sueño de los justos.
La imagen de esas ejemplares construcciones en pueblos y ciudades asoman como torres de castillos al recorrer las rutas de norte a sur, de este a oeste.
Son torres de una historia de un modelo de país orgulloso, pujante, con sueños de grandeza.
Ni Duhalde, ni Néstor, ni Cristina, ni Macri, ni Alberto y mucho menos Milei hicieron algo por recuperar para el país una herramienta que devuelva al Estado el manejo de sus recursos naturales como reza la Constitución y, en el caso de las cinco administraciones justicialistas, un yunque donde basar la pregonada “Independencia Económica” de la triada que hoy ya no se repite ni como slogan.
Felipe Solá, Secretario de Agricultura cuando se consumó el cierre, siendo años después gobernador de Buenos Aires, preguntado por este periodista dijo lacónico “lo de la Junta Nacional de Granos era inviable”(¡?!!)
Una de las preguntas más terribles que sociedad alguna puede hacerse es aquella de “que hubiese pasado si…”
Al hacerla lleva implícita un estrepitoso fracaso.
Sin embargo, al leer y ver las reacciones de los productores rurales de la Argentina ante este giro de timba ruin, grosera e insultante de siete gerentes que no saben ni cómo se enciendo una cosechadora, la respuesta amanece con sol propio.
Como escribe Aldo Monges,
Ya no te quiero, pero que triste es sentirse vacío
Sin fuerzas, sin ganas de amar
Que triste es sentirse herido por el solo hecho
De haber aguantado de pie el dolor, el dolor de una mentira…
*Periodista y Locutor Nacional (Mat. 3400)