Estado ausente, Estado ineficiente, Narco presente:
Jueves 02 de Octubre de 2025
Nº de Edición 1371

OPINIÓN

Estado ausente, Estado ineficiente, Narco presente:

2/10/2025 | Crónica de una tragedia anunciada

Por: *Federico González

Lo que ocurrió con el triple femicidio en Buenos Aires no fue una anomalía, fue una revelación. El crimen no irrumpe: emerge. Es el síntoma de una descomposición más profunda, el eco de una ausencia persistente y multiforme del Estado. No hablamos solo de falta de policías, sino de la erosión integral del lazo social. Este texto no propone una cronología de errores, sino un mapa de cinco formas en que el Estado ha claudicado su rol: como garante, como actor, como escucha, como juez y como refugio.

El Estado comprensivo-permisivo: la indulgencia que desarma En su afán de no estigmatizar, el Estado incurrió en una forma peligrosa de indulgencia estructural. Se confundió la comprensión de la marginalidad con la renuncia a poner límites. El garantismo, pensado como respuesta a la arbitrariedad punitiva, devino en neutralización de la responsabilidad individual. Se ofrecieron marcos interpretativos que explicaban el delito, tanto como lo vaciaban de consecuencias. Esto no es compasión: es desarme simbólico del Estado. Si todo es explicación, entonces nada es condena. En ese clima, mientras el delito se culturaliza y romantiza, las víctimas —reales, concretas, dolientes— desaparecen del centro del discurso.

El resultado es un Estado que, por temor a parecer autoritario, devino cómplice por omisión. El Estado ineficiente-inoperante: una presencia que no actúa Hay otra forma de ausencia: la presencia sin eficacia. Aquí el Estado sí está, pero como burocracia disfuncional. Políticas públicas desconectadas de los territorios, organismos que se pisan, recursos mal dirigidos, estadísticas que no se traducen en decisión. Es el Estado como máquina rota que aún hace ruido, pero ya no produce sentido ni transformación. Mientras tanto, el crimen organizado opera con lógica empresarial: rápido, eficaz, descentralizado.

El narco está donde el Estado demora. Ofrece dinero, pertenencia, protección, aunque todo eso tenga un precio devastador. En este punto, el contraste no puede ser más brutal: el narco organiza lo que el Estado dispersa. El Estado indiferente-insensible: cuando la miseria se vuelve paisaje Este modo estatal no fracasa: renuncia de antemano. Es el Estado que ve, pero no mira; que registra, pero no escucha; que cuantifica, pero no empatiza. Se naturaliza la marginalidad, se normaliza el deterioro. La política se vuelve cinismo de gestión: “es lo que hay”.

Y mientras tanto, en ese vacío afectivo, el crimen ofrece sentido. No sólo paga: nombra, acoge, integra. El narco no entra por la plata: entra por la falta de relato. Cuando el Estado pierde la capacidad de dar horizonte, el crimen lo reemplaza como productor de identidad. El narco no sólo mata: también abraza (aunque también abraza primero para matar después) El Estado cómplice o partícipe necesario: la legalidad alquilada Aquí ya no hay omisión: hay cooptación. Lo legal y lo ilegal se mezclan por conveniencia. Policías que liberan zonas, jueces que “cajonean”, punteros que administran territorios con reglas paralelas.

El Estado no combate al delito: lo administra como variable de poder. La complicidad no es solo institucional: es cultural. Se instala la idea de que todo es transable, de que la justicia es un juego de influencias. Y así, el narco se instala no solo con armas, sino con contactos, favores, padrinazgos. Lo criminal se vuelve parte del tejido institucional. El delito ya no desafía al Estado: lo usa como plataforma. El Estado ausente-abdicante: la utopía libertaria como distopía social Este es el Estado que Javier Milei propone —y pretende materializar— bajo un dogma fundacional: el Estado debe desaparecer. No es una falla por incapacidad: es una renuncia por ideología. Se abdica de la salud, de la educación, del territorio, de la escucha, de la reparación.

Se cree que el mercado ocupará ese lugar como regulador natural. Pero lo que aparece no es el carnicero ilustrado de Adam Smith —el egoísmo virtuoso que termina alimentando a la comunidad— sino su sombra invertida: el narcotraficante como emprendedor total. Porque sí, el narco también es un emprendedor. Pero no del tipo que busca valor a largo plazo, sino del que apuesta al negocio inmediato, sin ley, sin límite, sin alma.

Un emprendedor perverso que explota al cuerpo ajeno, que trafica con la desesperación, que hace de la muerte una industria. En ese mundo liberado de toda ética, el mercado no corrige: premia lo más salvaje. Y ahí reside el talón de Aquiles del credo libertario: si se libera todo, también se libera a Tánatos. La arena movediza no está únicamente en la esquina donde se transa droga: está, más profundamente, en el sistema que expulsa al pobre de todas las salidas legítimas y lo empuja a elegir entre ser víctima o engranaje del delito.

No es sólo un crimen individual, es un crimen estructural: cuando el Estado retira su mano, el mercado oscuro extiende la suya. Y ahí, lo que parece “elección” es, en verdad, una trampa social perfectamente diseñada para que Eros se ahogue y Tánatos gobierne. Cuando, a propósito de la evidencia de que la gente no llega a fin de mes, el Presidente Javier Milei—impertérrito y sin eufemismos— sentenció que la gente va a hacer algo antes de dejarse morirse de hambre, no hizo sino revelar una verdad lacerante: en situaciones de necesidad límite, muchos son capaces de hacer lo que bajo circunstancias normales no harían. Porque cuando el hambre y la supervivencia acucian, la necesidad y la tentación tienen cara de hereje.

¿Necesitará el presidente que le hagan un dibujito para comprender que una de las expresiones salvajes de su endiosada libertad es hacer cualquier cosa para sobrevivir? O el mismísimo león que se jacta de querer hacer de su pueblo una manada aguerrida, no puede ahora comprender las consecuencias derivadas del mayor ajuste de “la historia de la In-humanidad”. La fantasía libertaria no sólo libera la economía: también libera los impulsos más primitivos, más oscuros, más destructivos. Lo que cae no es solo el Estado burocrático: cae la ley como principio regulador del deseo desenfrenado. Cae el superyó. Cae el bien común. Oscar Wilde lo había anticipado con lúcida ironía: “Existen dos tragedias en la vida. No conseguir lo que uno quiere… y conseguirlo. Milei, al borde de su “éxito”, se aproxima peligrosamente a la segunda. La cual, según la misma frase de Wilde, era la verdadera tragedia. Bullrich teje, Milei desteje En este contexto (el de la lucha contra el crimen organizado; no en el de otras áreas de su gestión) Patricia Bullrich representa una figura tan eficaz como disonante.

Su enfoque quirúrgico sobre el crimen organizado, especialmente en Rosario, ha demostrado decisión y resultados. Ella toma el toro por las astas, con coraje único y épica formidable. Pero hay una paradoja estructural que no puede ignorarse: lo que Bullrich teje con estrategia, Milei lo desteje con dogma. Porque no se puede coser un tejido de seguridad si el entramado social está hecho jirones. De nada sirve la precisión de la ministra si desde abajo brotan miles de nuevos reclutas del narco, criados en la desesperanza del ajuste.

¿Cuántas veces habrá que allanar la misma villa si el hambre y la exclusión siguen siendo su única fábrica de oportunidades? La arena movediza no está en el punto de venta: está en la lógica que lo vuelve necesario. Porque no está únicamente en la esquina donde se transa droga: está, más profundamente, en el sistema que expulsa al pobre de todas las salidas legítimas y lo empuja a elegir entre ser víctima o engranaje del delito. No es sólo un crimen individual, es un crimen estructural: cuando el Estado retira su mano, el mercado oscuro extiende la suya. Y ahí, lo que parece “elección” es, en verdad, una trampa social perfectamente diseñada para que Eros se ahogue y Tánatos gobierne.

La esquina donde se vende droga es sólo el síntoma. El verdadero pantano está en un sistema que arrasa con toda alternativa y convierte al narco en salida laboral, y a la adicción, en forma de anestesia. Eso no es libertad: es desesperación envasada de emprendimiento. Ahí, justo ahí, fracasa la idea de Estado, y se revela el rostro más oscuro del mercado. Porque no es en el acto delictivo donde yace el verdadero horror, sino en el hecho de que, para algunos, ese acto sea la única vía de subsistencia o reconocimiento.

El crimen aparece como decisión, pero es el espejo de una sociedad que primero les cerró todas las puertas. En ese reflejo turbio, el mercado deja de ser mano invisible y se vuelve garra desnuda. Y es ahí donde el Estado deja de ser ausente para convertirse en verdugo por omisión. Epílogo: Milei, el artificiero del abismo Milei no ha consumado aún la destrucción del Estado. Pero quiere ir en ese camino. No llegó para mejorar lo que había, sino para demolerlo. Y en ese tránsito, creyó estar liberando al ciudadano de sus cadenas. Pero lo que estaría liberando, más bien, es la caja de Pandora. De la que no emergerá el emprendedor creativo, sino el mercader oscuro. No surgirá la utopía del mérito, sino la distopía de la ley del más fuerte. El problema no es sólo que el Estado ya no esté.

Es que, con él, también se evapora la esperanza de justicia, de bien, de orden, de cuidado. Y lo que queda no es libertad: es selva. Y así, Milei corre el riesgo de convertirse, irónicamente, en aquello que venía a combatir: el arquitecto de un Estado cómplice, indiferente, claudicante y, en última instancia, inerte ante las fuerzas que ya se cobraron tres vidas… y que, si nadie las frena, vendrán por más. Porque, quizás Milei tenga razón con aquello de que todo es una batalla cultural. Pero su verdadero pecado capital es haber equivocado quién es el verdadero enemigo, dónde se esconde, y cuáles son las llaves que se le están entregando en nombre de una evanescente

*www.federicogonzalezyasoc.com Federico González y Asociados - Consultores Políticos